jueves, 13 de junio de 2013

Lore y Sandra - cap 2



Cap. 2

Sonó el despertador y salí de la cama, de forma rutinaria, me duché, vestí, lavé los dientes… Como hacía ya varias noches, no había pegado ojo, y mi cara lo delataba sin lugar a dudas, pero no me preocupé de ello. Casi por inercia, consulté mi móvil por si había llamadas y… allí estaba, la razón de mi insomnio. Había deseado que todo hubiera sido un sueño o una alucinación, y la posibilidad de que así fuese me había dado las fuerzas para dejar mi cama apenas media hora atrás. Pero aquel mensaje me devolvía a la realidad, decidí comportarme como la persona madura que creía ser, así que cogí el móvil y abrí el mensaje de Lorena que se anunciaba en la pantalla:

Necesito verte, han pasado 5 días y no he tenido noticias tuyas. Por favor, no quiero perderte, no puedo… Llámame

No me atreví a responder, llegaba tarde a clase, así que decidí olvidarlo centrándome en mis estudios. Me metí el móvil en el bolsillo del pantalón, acomodé mi pelo en una coleta, me coloqué la gorra y salí hacia la calle montada en mi bicicleta.


Lorena no podía creerse lo que había pasado, había tenido tan cerca su piel, su textura… “¡Dios! Le besé… ¿Por qué se apartó? ¿Por qué el cambio? Se entregó al beso, le gustó, me llevó a un callejón oscuro… Dijo que me llevaba a un sitio más “apropiado”. ¿Qué quería decir eso? ¡Joder! Pensé…Bueno, era evidente que no íbamos a hablar, precisamente. Pero luego se pone seria y me suelta eso… ¡Que no la quiero! ¡Que la iba a usar para olvidar a Pedro! ¿Cómo podía decir esas cosas? Claro que la quiero, claro que quiero hacerlo, Pedro es mi amigo,  él lo entiende, fue cosa de los dos dejarlo, ¿por qué necesitaría olvidarle? Y ¿Cómo iba a hacerlo así… con ella?”  no podía creérselo, hacía cinco días de aquel beso, pero no podía olvidarlo, revivía en su cabeza cada palabra que se había dicho, cada sensación… No podía sacárselo de la cabeza, y no quería. ¡La amaba! Lo había hecho desde que la conocía, así que lucharía por ella, quisiera o no, ellas tenían que estar juntas.

Decidió que tenía que conseguir hablar con ella, explicarle lo que sentía, pero necesitaba que hablara con ella, que la escuchase, ya había dejado que descansara una semana porque sabía que lo necesitaba. Lorena también había usado esos días para pensar en lo que había pasado y en lo que sentía por Sandra. Además tenía que irse a clase y tendría que esperar para llamarla, como le habría gustado. Por ello, cogió fuerzas y envió un corto mensaje de texto. Mientras lo hacía, cada palabra había supuesto una lágrima en su rostro, acompañando un desgarrador dolor en el pecho. Un dolor que le acompañó durante toda la mañana mientras esperaba una llamada, un mensaje… algo que le dijera que Sandra había visto su sms, una respuesta que dijera “¡Ei! Me importas, me ha afectado que me abrieras tu corazón, tus sentimientos…”.

Así pasó su día en clase, hasta que a la hora del recreo se decidió a verla en persona. Salió del instituto y encaminó su paso al de esa chica que la volvía loca.

Ya en la puerta de aquel edificio, sacó su móvil y marcó el número que ya se sabía de memoria. Nadie contestó el teléfono, y aunque Lorena ya se lo esperaba, tenía que intentarlo. Conocía a Sandra, sabía que había visto tanto el mensaje como la llamada que acababa de ignorar, pero no por eso se rindió, estaba decidida a hablar con ella, a verla. Envió un mensaje y esperó sentada en las escaleras de la entrada.


Sólo llevábamos dos clases, y habían sido lentas y aburridas, más incluso que de costumbre. Todos mis amigos me habían preguntado el porqué de mi cara, que habían descrito como “retrato caricaturesco de un mapache zomby” por mis increíbles ojeras. También, por qué estaba tan seria y, sobre todo, por mi inusual silencio a lo largo de la última semana.
No le había contado a nadie lo que había pasado, pero Natasha, mi mejor amiga, sí sabía que el sábado había quedado con Lorena, y se imaginaba  que estaría relacionado con ese estado de ánimo que tenía.

-          Joder, Sandra, ¿qué te pasa? ¿qué coño pasó el sábado para que te quedes así toda la semana? – su voz no era más que un susurro, ya que estábamos en clase.
-          Te lo he dicho, Natasha, paso de ello ¿vale? Solo quiero olvidarlo…
-          Pues si quieres olvidarlo, sonríe un poco, que con esa cara estoy segura de que no has dormido… Por pensar en ella ¿no?
-          No seas pesada, rubia – fulminé a Natasha con la mirada, ella se apiadó de mí y dejó el tema. Volvimos ambas al ejercicio de análisis y traté a volcar en él mi atención para no pensar en el sábado.

El resto de la clase fue de lo más normal, Natasha y yo seguimos en silencio, y las explicaciones del profesor sirvieron para distraerme de los pensamientos que rondaban mi cabeza. Al acabar la clase, abrí el bolsillo pequeño de la mochila para coger el dinero del almuerzo. Al hacerlo, vi la luz del móvil que indicaba que tenía mensajes nuevos. No me hizo falta mirarlo para saber de quién serían, así que no me extrañó ver la llamada perdida de Lorena, pero sí el mensaje. Al leerlo, se me olvidó todo lo demás por un momento.

-          Oye, San, ¿vas a venir con nosotros en el recreo o te quedas abajo con los de clase? – La voz de Natasha a mi espalda me devolvió a la realidad
-          Pues… eh… No
-          Jejeje, ¿no? ¿no, qué?
-          Que no voy con vosotros, pasadlo bien – me giré en dirección a la entrada principal
-          Espera – me cogió del brazo para que le diera una explicación – ¿dónde te quedas entonces?
-          Está bien, te lo cuento. Voy fuera del instituto para ver a Lore – bajé la mirada, sabía que no le haría gracia
-          ¿Qué? ¿Por qué? ¿Después de lo que pasó el sábado?
-          Si no sabes lo que pasó el sábado
-          No, pero me imagino que no fue nada bueno si te has quedado así una semana entera ¿no?
-          Mira, no es nada de lo que piensas, ya te lo contaré. Estará esperándome y no quiero llegar tarde ¿vale? – la cara de Natasha dejaba claro que no quería que fuera – Está todo bien, rubia, no te preocupes, volveré siendo la Sandra de siempre.
-          Ya, y yo me lo creo… - sé que no quería que fuera, pero su voz dejaba claro que aceptaba que fuera a hacerlo, así que me volví hacia la puerta
-          Volveré – mi tono peliculesco le hizo sonreír, así que empecé a andar. Me paré un momento, me volví y añadí… – Y tranquila, que luego te explico lo del sábado y te cuento todo con pelos y señales ¿ok?
-          Estás como una cabra. Anda, corre antes de que se vaya – sonrió y yo corrí hacia la puerta algo más calmada, Natasha solía tener ese efecto en mí.

Al llegar a la puerta, dudé un instante. Era totalmente transparente, así que no me hacía falta abrirla para ver, sentada junto a la barandilla, a Lorena. Llevaba un pantalón vaquero bastante ceñido, una sudadera azul oscuro y unas zapatillas gastadas. Solía vestir así, pero por alguna razón aquel día me llamó la atención, estaba guapísima y llevaba el pelo suelto, aunque no se le veía la cara porque estaba mirando al suelo, y debajo de la camiseta se veía la camiseta que le había regalado yo el año pasado.

Me había quedado allí un momento, contemplándola, dudando de si debería o no salir, cuando levantó la mirada para ver si salía alguien por la puerta. Se puso de pie, pero no se movió de allí, me aguantó la mirada y al final cedí, agaché la cabeza y salí por la puerta, no sin antes suspirar profundamente para coger fuerzas y algo de seguridad.

Sonreí y dije “hola” fingiendo normalidad, le di dos besos en la mejilla y esperé su respuesta. Ella me cogió de la mano y se la quedó mirando un rato, sin haberme saludado todavía y aún con la cabeza agachada, ocultando la cara con el pelo.

-          ¿Estás bien? – fue lo único que se me ocurrió para callar ese silencio incómodo.
-          Sí, solo me preguntaba cómo se supone que debería reaccionar yo. Tú lo tienes claro, has decidido, pero yo no. – su voz sonaba seca, exigente. Y el que no me mirara a la cara no era buena señal.
-          ¿A qué te refieres? ¿Qué he decidido?
-          Está claro, pillo el mensaje, tranquila.
-          Pero ¿de qué hablas? ¿qué mensaje?
-          Pues el de que no quieres volver a saber de mí. Lo has dejado clarísimo; no contestas mis llamadas, no respondes mis mensajes… Está clarísimo que te arrepientes de haberme conocido, ya me has juzgado, has decidido por mí qué es lo que siento o por qué hago las cosas, no te ha gustado el resultado y has decidido esquivarme.
-          ¡Pero ¿de qué estás hablando?! ¡¿Te has vuelto loca o qué?!
-          ¿Ves? A eso me refiero, todo lo que yo digo son desvaríos de una loca que no sabe lo que quiere.
-          A ver, Lore, vamos a calmarnos ¿vale? – la cogí por los hombros para que me mirara a la cara – Yo no pienso que estés loca, ni me arrepiento de haberte conocido y, ni mucho menos, te juzgo. – bajé el tono de voz y lo dulcifiqué mientras la atraía lentamente contra mi pecho – Nunca podría arrepentirme, eres una de las mejores cosas que me han pasado en la vida… – una lágrima recorrió mi mejilla y se me quebró un poco la voz. Dudé un segundo y cerré los ojos, teniéndola fuertemente atrapada entre mis brazos – Yo, te quiero...

Nos quedamos abrazadas allí unos segundos que se me hicieron eternos, entonces me miró  a la cara con los ojos también enrojecidos por el llanto, apartó de mi frente un par de mechones, secó con sus manos mis lágrimas y me volvió a abrazar cariñosamente. Con la boca casi rozando mi oído, susurró:

-          Yo a ti también – besó mi mejilla y me cogió la barbilla, poniéndome la cara frente a la suya – siento haber tardado 9 meses en darme cuenta, debe haber sido muy duro y doloroso para ti, entiendo que no quieras perdonarme. Siento lo del sábado, y… no debí haber venido aquí exigiéndote nada, lo siento Sandra. Me vuelvo a clase, espero que sigamos siendo amigas… por lo menos en tuenti… – Con la última frase esbozó una tímida sonrisa, acto seguido, me soltó y se fue sin que pudiera decir nada.

Me quedé allí de pie un rato pensando en lo que acababa de pasar, incapaz aún de moverme o de decir nada. Aún sentía en calor de su mano en mi barbilla y el escalofrío que su aliento había causado al hablar tan cerca de mi oído.

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